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Óscar de la Borbolla

03/09/2018 - 12:00 am

Meditación sobre la escritura

La escritura está entreverada con mi vida desde toda mi vida: comencé escribiendo versos en la infancia y he terminado por practicar todos los géneros y, además, he intentado aclararme el cómo, el qué y el por qué de la escritura en muchísimos momentos.

“La escritura nace, de hecho, en el mundo no humano cuando un animal lee el rastro que escribió su presa y gracias a lo acertado de su lectura sobrevive…” Foto: Óscar de la Borbolla

La escritura está entreverada con mi vida desde toda mi vida: comencé escribiendo versos en la infancia y he terminado por practicar todos los géneros y, además, he intentado aclararme el cómo, el qué y el por qué de la escritura en muchísimos momentos. Estas credenciales las presento para atreverme a proponer una barbaridad: lo que pienso de la escritura: mi opinión.

Para mí, la escritura no comienza, como suele admitirse, cuando aparecen las inscripciones, cualesquiera que sean éstas, hechas por un ser humano con la intención de fijar una información. Para mí, la escritura está desde antes, antes incluso de que aparezca el hombre. La escritura nace, de hecho, en el mundo no humano cuando un animal lee el rastro que escribió su presa y gracias a lo acertado de su lectura sobrevive, y tal vez antes incluso, cuando se configuró el actual universo que está escrito en un idioma que comenzó a leerse desde Galileo: las matemáticas.

Pero hagamos un rodeo para que no suene tan descabellada la idea que acabo de formular: retrocedamos: la escritura comienza en la prehistoria, pero no con las muescas hechas por un hombre, sino por un animal que deja sus huellas. Pero esas huellas solo son escritura hasta que un cazador las lee, le dicen algo, le hacen saber algo. La huella, el rastro, el rasgo, el ideograma, la grafía, la letra, la palabra, el texto pertenecen a la misma familia. El abecedario actual no es otra cosa (aunque por supuesto es mucho más) que el tataranieto de la huella de un animal y de ese acto de comprensión que tuvo un cazador cuando identificó, entre el marasmo de las marcas que saturan el mundo, una que al leerla, entenderla o, como quieran decirlo, se convirtió en escritura.

Todo el universo no es otra cosa más que escritura, todo está escrito: lo real es escritura. El problema simplemente es que no podemos leerlo todo, por más que desde hace mucho dejamos de ser los analfabetas totales del universo. En medio de este marco de escrituras que contiene todo lo que nos rodea y todo lo que somos, hubo un momento, cuando ya sabíamos leer, que inventamos “nuestra” escritura, un código particular, nuestras huellas; pero insisto, sólo fue posible porque ya sabíamos leer, ya entendíamos que las huellas dicen algo para alguien.

Pero, ¿qué más leyó en la huella quien tomó un punzón para hacer la primera muesca y encerrar ahí un mensaje para otro o para él mismo, un mensaje que fuera un recordatorio? Lo que leyó fue que “eso” perduraba porque estaba marcado en la realidad: en lo más resistente de la realidad: el suelo; lo que entendió fue que la escritura era un antídoto contra el olvido y la muerte, como ya he explicado en otra parte.

Y por ello, en el fondo, el ser humano no inventó la escritura: la descubrió leyendo lo que ya estaba escrito: toda la realidad es un escrito y, cuando la entendemos, no hacemos otra cosa que leerla. Es la “cura de los útiles” de la que habla Heidegger, sólo que para Heidegger esos “útiles a la mano” son tan sólo los objetos que el hombre ha creado, y no como estoy proponiendo aquí: la realidad en su conjunto, la realidad como un inmenso y enmarañado texto, tapiz de escrituras, que hemos ido leyendo poco a poco o de las que nos “curamos”.

La lectura, finalmente, lo que demuestra es que el mundo tiene sentido, que es un texto con sentido. Y por ello, todo lo que la humanidad ha escrito no es más que el tesoro de lo que hemos entendido-leído de la realidad. Todo: el pasado, el futuro, nuestra suerte, el sentido de la vida y de la muerte está ante nosotros, escrito en la realidad; falta, sin embargo, que aprendamos a leerlo.

Twitter:
@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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